lunes, 9 de mayo de 2011

La construcción de la realidad en el cine venezolano. Sobre la muestra



Escuchemos al director de cine Román Chalbaud
y su apreciación sobre la etapa de oro del cine venezolano

A partir de esta entrada a la sección de Teoría y Práctica de la Información Audiovisual me enfocaré en el estudio de la construcción de la realidad en el cine venezolano y más específicamente en el manejo del estereotipo del joven pobre, asociado con ciertas concepciones de los cineastas venezolanos.
Para ello, analizaré algunas producciones cinematográficas cuyo tema central toca a este segmento sociodemográfico de la población. En vista de que este trabajo no estudiará al tratamiento que el cine ha dado a los jóvenes de las clases sociales media y alta, se descartó la película de Mauricio Wallerstein “Cuando quiero llorar no lloro”, de 1973, que enfrenta las historias de tres jóvenes de diferentes estratos sociales: uno pobre, uno de clase media y otro rico. La película es una adaptación de la novela –que llegó a convertirse en best-seller–, de Miguel Otero Silva, en la que los tres personajes, nacidos el mismo día y bautizados con el mismo nombre, Victorino, son una representación “…del patotero –o pandillero– rico, el revolucionario de clase media, y el delincuente pobre” (Miranda, 1994:11).
Así, las películas seleccionadas corresponden tanto a la etapa del “boom” del cine nacional (pp:12-17), que va desde comienzos de la década de los años `70 hasta los `80, de la cual es representativa la película “Soy un delincuente”, de Clemente de la Cerda de 1976; como al momento actual, con las producciones “Secuestro Express”, de Jonathan Jakubowicz y “Hermano”, de Marcel Rasquin, estrenadas en los años 2006 y 2010, respectivamente. Todas presentan historias de chicos, personajes masculinos, pobres.
Es oportuno destacar que en los años `90 se produjo un vacío de realizaciones fílmicas en el país. Luego de los tiempos del boom, cuando se llegaron a producir cerca de cincuenta largometrajes, una veintena de cortometrajes y mediometrajes, y siete cortos de animación (pp. 31-37), el cine venezolano entró en un período de silencio en los años `90. Aún en la actualidad, pese a los intentos de algunos realizadores por conseguir financiación de distintas vías, no se ha podido recuperar el ritmo de producción que logró alcanzar el cine nacional en aquellas dos décadas de auge. De ahí que la selección para este estudio se limite a pocos films.
Por otra parte, en el país no existen registros documentales públicos y en buenas condiciones de los largometrajes que se rodaron en formato de 35 milímetros, antes de la llegada de la etapa digital del cine.
El realizador venezolano Román Chalbaud considera que esta producción fílmica representa el clímax del denominado “movimiento del nuevo cine venezolano”, que el crítico cinematográfico Julio Miranda califica como el boom del cine en Venezuela (pp. 12-17). Entre las producciones enmarcadas dentro de esta etapa se encuentran:

Cuando quiero llorar no lloro (1973), de Mauricio Wallerstein
Maracaibo Petroleum Company (1974), de Daniel Oropeza;
La quema de Judas (1975), de Román Chalbaud;
Crónica de un subversivo latinoamericano (1975), de Wallerstein;
Soy un delincuente (1976), de Clemente de la Cerda;
Compañero Augusto (1976), de Enver Cordido;
Sagrado y obsceno (1976), de Román Chalbaud;
Canción mansa para un pueblo bravo, (1976) de Giancarlo Carrer;
El pez que fuma (1977), de Román Chalbaud;
El reincidente (1977), de De la Cerda;
Los muertos sí salen (1977), de Alfredo Lugo;
Se busca muchacha de buena presencia y motorizado con moto propia, (1977), de Alfredo Anzola;
Los tracaleros, (1977) de Alfredo Lugo;
Alias el rey del joropo (1978), de Carlos Rebolledo y Thaelman Urguelles;
La empresa perdona un momento de locura (1978), de Wallerstein;
Carmen la que contaba 16 años (1978), de Chalbaud;
Los criminales (1982), de De la Cerda;
País portátil (1979), de Iván Feo y Antonio Llerandi;
La boda (1982), de Urguelles;
Cangrejo I (1982); de Chalbaud;
La máxima felicidad (1983), de Wallerstein;
Retén de Catia (1984), de Clemente de la Cerda;
Cangrejo II (1984); de Chalbaud;
Homicidio culposo (1984), de César Bolívar;
La casa de agua (1984), de Jacobo Penzo;
Por los caminos verdes (1984), de Marilda Vera;
El atentado (1985), de Urguelles;
Macho y hembra (1985), de Wallerstein;
Oriana (1985), de Fina Torres;
La hora del tigre (1985), de Alfredo Lugo;
Mas allá del silencio (1985), de Bolívar,
Manón (1986), de Chalbaud;
De cómo Anita Camacho quiso levantarse a Marino Méndez (1986), de Alfredo Anzola;
La pequeña revancha (1986), de Olegario Barrera,
La oveja negra (1987), de Chalbaud;
Ifigenia (1987), de Iván Feo;
El escándalo (1987), de Carlos Oteyza;
Colt Commando, (1987) de Bolívar;
Macu, la mujer del policía (1987), de Solveig Hoogesteijn;
Reflejos (1988), de Bolívar.

En estos casi veinte años, la temática de la cinematografía venezolana recorrió problemas sociales y políticos del país como la pobreza, las diferencias entre las clases sociales, la delincuencia juvenil, el tráfico de drogas, la prostitución, la corrupción del sistema de justicia; también, se retoma la historia de la lucha armada de los años ‘60 y algunos realizadores exploraron presentar adaptaciones de obras de escritores venezolanos –como la novela de Otero Silva antes mencionada; Ifigenia, de Teresa de la Parra y País Portátil, de Adriano González León– o historias sobre conflictos personales.
En algunos casos estas películas están matizadas con humor, sumado a cierto carisma y encanto personal en algunos roles protagónicos urbanos o rurales; que incluso, aparece en los más crueles y violentos. “El paso (¿el deslizamiento?) del guerrillero como héroe derrotado al delincuente (¿anti?) héroe sobreviviente, y de éste al pícaro con su ‘simpatía’ propia, ¿traduce cinematográficamente nuestra evolución sociopolítica o quizás sólo o fundamentalmente la visión de los realizadores tomados como conjunto? ¿Responde, además, a cierta confusa conciencia de un parentesco de nuestra época con la del barroco español, en que se mezclan dirigismo y decadencia estatales, fantasmagorias sociales, brutal contraste entre lujo y miseria, crisis de identidad nacional y un ‘sálvese quien pueda’ implícito y general… ¿O se trata acaso, como sostienen algunos, de la picardía como ‘forma de resistencia’ lo que vendría a ser sólo una manera más amable de responder a las preguntas anteriores”. Ante estos autocuestionamientos, el crítico Julio Miranda termina respondiéndose que lo cierto es que “los delincuentes y pícaros llegaron para quedarse” (p.14).

Bibliografía y webgrafía
Chalbaud, Román. Cuando quiero llorar no lloro. La edad de oro del cine venezolano 70’s. Recuperado el 28 de abril de: http://www.youtube.com/watch?v=wu0h4f7pV2U&feature=related

Miranda,  Julio  E.  (1994).  Palabras  sobre  imágenes  30  años de cine venezolano. Monte Ávila Editores. Caracas.

Películas  del  Cine  Venezolano  on  line. “Secuestro Express”.  Sinopsis   y   vídeos. Recuperado el 20 de febrero de 2011 de: http://www.taringa.net/posts/tv-peliculas-series/4342147/Peliculas-del-Cine-Venezolano-online.html

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